sábado, 10 de diciembre de 2016

Visita a Qhapaq Ñan Colombia



Para dar termino, por ahora, a la información que he venido suministrando, la cual cabe mencionar, bien pueden encontrar en cualquier buscador al referenciar el tema; he de compartir el hecho concreto en que visité muchos de los lugares que han sido considerados en el Qhapaq Ñan Colombia, situados estos en la región que habito, Nariño, aquí, la llegada de los Incas trae consigo la reunión de caminos, caminos que ya existían; pero, los cuales son integrados en el Tahuantinsuyo  y han de conformar la rica noción de lo Andino. Lo Andino como todo aquello que teniendo como referencia a los Andes, se proyecta en los pobladores y marca su existencia.

El trayecto se hizo desde San Juan de Pasto hacia el Puente de Rumichaca, donde pude apreciar una construcción arquitectónica republicana, que da cuenta de un marco histórico acontecido en el país, en la región. Bajo el puente pasa un rio, rio que literalmente llegó a atravesar a la misma piedra, de ahí su nombre. Éste como un sitio relevante para la unión de dos naciones: Ecuador y Colombia,  como también para limitar sus espacios, lo que resulta lamentable, si abordamos las situaciones actuales, de las fronteras incluso individuales. Resulta importante para nuestro tema saber de ese lugar,  por cuanto permite entrever una situación pasada, cuando los pobladores de la zona usan tal espacio y se convierte en un medio para transitar hacia otros territorios, en esto intercambiar saberes o alimentos.  Continuamos hacia el Santuario de las Lajas, aunque él no sea en sí mismo parte del Camino principal,  se encuentra situado en una zona que tiene caminos, que los caminos convocaron a muchas personas, que de allí surgen muchas ideas de creación, de posibilidades adscritas al pensamiento Andino.  

¿Saben?, viajar después de leer y escuchar sobre el Camino hace que surjan más ideas, no hay como mirarlo tan cercano como tan lejano, y es que aun cuando hago parte del Encanto Andino, todo aquello que bien puede ser uno de los aspectos que enmarcan al latinoamericano, la relación que hoy en día se establece con el territorio es áspera, está perdida en el supuesto de sujeto-objeto; los cambios para regresar al respeto entre seres donde todo es vida,  requiere de encuentros más amables, más enteros, en referencia a la plenitud con el entorno, y a que él sienta, ¿por qué no?, su valor innombrable.

Pasamos varios lugares, municipios, bajamos del bus que andábamos y recorrimos caminos, algunos enmarcados con muros, muros de adobe (masa de mezclas entre arcilla y tierra, entre otros elementos), otros con piedras. Quienes andan por ellos mantienen los caminos, lo caminos son cuando se transitan, de algún modo nosotros también llegamos a mantenerlos por unos cuantos minutos, eso me alegró y preocupó, no bastan los minutos, el reconocimiento a tales lugares  debe ser continuo, con seguridad lo que esconden son secretos de lo que fuimos, esto no es sólo una idea teórica de quienes se han dedicado a estudiarlos, no, lo importante es que ello ya lo sé. Lo anterior, esa especie de reflexión compartida se da desde la magnitud de la belleza que sus historias enmarcan, de las posibilidades que permite imaginar sobre un pasado y, saber que esto será en cierto tiempo, de igual forma, un pasado. Hay que visitarlo, hay que caminar esas expresiones de otro tiempo, se debe mirarlas, observarlas, tirar inquietudes, callar, admirar.

El paisaje del lugar, el paisaje...el último camino que transitamos era particular, en la montaña, con maleza con tanto verde que renace continuamente, que se mantiene por su posición lejana a espacios fácilmente transitados, a la urbe, a tantas casas y casas sin posibilidad de aire. Allí, aun lado estaba el Cañón del Guáitara, es excepcional, genuino, como gusten llamarlo, las montañas se quiebran y se encuentran de manera magistral, son tan inmensas y tan reales; el rio que las separa en realidad las une, allí todo es en realidad un todo, incluso cuando llueve parece que nada cambia, como si los seres no fuesen sino, un pintura, un poema.

Saber, o mejor, pensar en los seres humanos que caminaban, que abrían camino, que se perdían entre los árboles, y reconocer que hoy hay también personas que se reúnen con la naturaleza, que, como pudimos notar, trabajan en ella, siembran y recogen, la conocen, y por eso deben respetarla, hace que los citadinos envidien el misterio de tal relación, que deseen conocer sobre él, y que algunos sólo se informen. Al mantener los saberes de reconstrucción del camino, al hablarle a los desconocidos sobre él, lo digo porque en uno de nuestros parajes un hombre me dijo: Sabía que este es una camino de los Incas, que es Patrimonio, y hasta me invitó a mirar una exposición que se encontraba en, no recuerdo si era un museo o la alcaldía o una casa asignada para ello; es mantener la llama verde como esos lugares, de permitir que se reconozca un pasado que se ha venido transformando.













Resta invitar a todo aquel que este informado del Qhapaq Ñan, o de cualquier otro hecho que da cuenta de nosotros como seres que hacemos parte de un mundo, si se quiere, comenzar por sus propios espacios y lugares, y así intentar acercarnos a lo que fuimos y al por qué somos lo que somos.

Yo, sólo sentí que anduve por el camino, miré sembrar y llover, sentí altas montañas antes lejanas y aun lejanas en cercanía al cielo amplio y esbelto, aunque, no tan esbelto como ellas, y, afianzo la idea esa de la colcha de retazos de Aurelio Arturo. Y ¿tu?




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